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El bar de Emilio se llena de
felicitaciones de Navidad y de buenos deseos. Yo desentono. Soy un desabrido
que no felicito la Navidad, porque no creo en ella. Ni en su faceta de
religión, ni en su caradura de consumismo.
No puedo compartir ideas con una
iglesia que vive en la opulencia, aunque sabe que su Cristo nació pobre. Ni
puedo mostrar simpatía hacia el derroche, la desigualdad y la injusticia que
cobra aún más fuerza cuando los que más tienen compran más y los que nada
tienen miran cómo compran los ricos.
Desentono. Lo sé. Y no al cantar
villancicos, que no los canto, sino porque voy contracorriente. Me siento tan antisistema como
aquel que nació pobre, se enfrentó a los poderes y lo asesinaron a los 33 años.
Miro a mi alrededor. Tengo la impresión de que los contentos de año en año, no saben
de quién estoy hablando.
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