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Dice Nekane, que lo de Cecil, el león de Zimbabue, viene
bien para concienciar a la gente sobre la necesidad de no andar por el mundo
matando animales, como si todos fuésemos el Rey de España. También afirma, que
a ver si nos aplicamos el cuento, que dejemos de ser tan hipócritas y que
prohibamos de una vez la tortura pública de toros en una plaza circular con
suelo de arena.
Responde Emilio, el camarero, que qué tendrán que ver las
churras y las merinas, que los toros son una parte insustituible de nuestra
cultura y que no es comparable la caza mayor con la fiesta nacional.
Pienso yo, en silencio, que tan tradicional fiesta respondía
a un rito de iniciación de los caballeros, y que si de verdad quieren demostrar
que son adultos, que se matriculen en una facultad y hagan algo de provecho,
algo diferente de torturar animales o casarse con anónimas aspirantes a famosas,
que luego nos crecen las Belén Esteban y nos convertimos en país de charanga y
telecinco.
Como si me leyese el pensamiento, Emilio reitera que los
toros son cultura y yo le digo que no cuela, que la crueldad y el esperpento
nunca serán cultura.
Pido que nos sirva otra ronda y pago feliz. Brindo por el
felino, por el macho alfa, por Cecil, el león emboscado y asesinado. Al menos
nos permite volver a sacar el tema del respeto a los animales. Los animales de
cuatro patas. Los de dos, nos siguen ganando la batalla desde hace siglos.
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