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Emilio, el camarero, me ha sacado de mis casillas. No hace
más que repetir que España se va a pique porque Pedro Sánchez no quiere hablar.
El líder socialista no es santo de mi devoción, pero contra
él se esgrime una mentira que, a fuerza de repetida, cobra tintes de verdad en
las mentes simples de gente como Emilio. No es que el madrileño no desee
hablar, es que Rajoy no quiere escuchar, porque no una, sino mil veces, le ha
dicho que no. Que no desea formar equipo con él, que no desea ser cómplice en
las políticas populares, que benefician a los amigos y perjudican a los
ciudadanos. Y se lo ha dicho hablando, en público y en privado.
Emilio se asusta al verme tan enfadado. Yo sigo argumentando
que no me extraña que afirmen que “no
desea hablar” y es que los populares no saben lo que es hablar. Durante los
últimos cuatro años han impuesto su voluntad sin diálogo, sin escuchar a nadie,
sin tener presente la opinión de ninguno de los grupos del parlamento. Han
legislado, contra todos, en materias como educación, aborto, empleo, sanidad,
servicios sociales… Y ahora vienen a darnos lecciones de democracia.
El señor Rajoy no está legitimado para hablar de diálogo. Es
un interesado. Es como un niño pequeño y consentido, acostumbrado a salirse con
la suya, y que, cuando ve que se escapa su voluntad, se enrabieta y se tira al
suelo pateando y repitiendo una y otra vez su verdad.
Y si malo es que el “en
funciones” actúe así, mucho peor es que los medios de comunicación, voceras
de intereses económicos privados, respalden esa barbarie como tesis y nos
presenten al mayor muro de la democracia como hombre conciliador dispuesto al
debate.
Antes, señor Rajoy. Antes.
Y ahora, cualquier espray que le ayude a quitarse la cera de
los oídos.
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